¿A qué hora te va bien quedar?

¿A qué hora te va bien quedar? Porque a mí me va bien hacia las tres o tres y media pasadas, pues, como bien sabes,  tendré que ser yo quien finalmente se ocupe de recoger los esputos que con denuedo suele dispersar inside y arround del fregadero la gorrina de tu sister-in-law. Antes de que nos veamos, aprovecho para comentarte que ayer, sin que te percataras de ello, te vi pasar haciendo jogging por la calle Roger de Gork.  Ibas como muy chulito con tu camisetita de color blanco Rolark, tus gafas Bërik y tu pantalón Lön. Ya sabes que a mí lo que te pongas me la trae al pairo, pero tengo que reconocer que, francamente, ayer, cuando te ví, eran las dos menos cuarto. ¡Ay, Julián! ¿Pues no te digo que lo mismo se me viene que se me va el dolor este de rótula? Por eso te pido que no te enfades avec moi si, cuando nos veamos esta tarde, me da por llamarte ‘cofrade’; y es que, a veces, en la oscuridad, cuando nadie mira, sin querer evitarlo, asiéndome los premolares con ambas manos, con un suave contoneo, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, mutatis mutandis,  me apetece. En el fondo en el fondo, lo que nos pasa realmente realmente, es que somos bastante bastante tulses.

Gracias, de verdad. A ti, y a tu puta madre.

Hasta luego.

Sam

‘El sable de Focolo’ o ‘Razones del proceder’ (cuento corto)

 

(Cuento perteneciente al tomo III de  ‘Fábulas y Cuentos morales’, de Sebastián Tul)

Tras bajar apresuradamente por la escalera de caracol con un abrigo entre sus rodillas, Lada prorrompió en amargos sollozos y le espetó:

-¿Por qué no me has dejado tu sable, cruelísimo?

Acobardado, Focolo echó un paso atrás, escupió el caramelo de toffe y, blandiendo nerviosamente los dedos meñiques de ambas manos, susurró al oído de Gröle:

-Está gravemente enojada. Mejor será que volvamos al lavabo.

-¿Pero adónde creéis que vais, hijos de la gran puta?

-Volvemos al lavabo- dijo Gröle. -No queremos que tu ira desemboque en nada que pudiera resultar lesivo para nuestras delicadas almas. Y ya maltrechas. Ya maltrechas almas. Mejor ya maltrechas que delicadas. Las almas, digo.

-Te voy a reventar la puta cabeza como no te calles, subnormal. Que sea la última vez que te diriges a mí hablando en primera persona del plural.

-Pero tú has preguntado en segunda persona del plural, así que yo he con…

-Vale, que sí, que lo que tú quieras. La cosa va con Fo-co-lo y no contigo, tuerta de mierda. Te estoy diciendo que como no te calles te voy a reventar a codazos la puta cabeza. ¿Lo entiendes o no lo entiendes?

 -Sí.

 -Pues eso. ¿Por dónde iba? Ah sí, el sable. Que por qué no me has dejado el sable, Focolo, si puede saberse…¿eh?

 -No sé.

 -Pues que no vuelva a pasar.

 FIN

Otro sueño de mierda

Esta noche he tenido un sueño. En él aparecía un urdangután junto a diez o quince ocas de las más blancas. El corrompido animal se pasaba el dedo corazón entre las nalgas y lo daba a oler a sus seguidoras. Ellas, tan puras, lo compartían disfrutando inexplicablemente de la caquita, que les parecía buenísima, y desprendía, según ellas, un perfume majestuoso.

Efectos de los turrones de Agramunt

Esta mañana, después de desayunar unos turrones de Agramunt remojados en coñac, he ido a pasear por la Fira de Santa Llúcia. Estaba dando tumbos entre las tiendecillas, dándome el gusto de tocar todo lo que podía, cuando me he topado con Charlie Sheen. Tenía los pantalones bajados y estaba haciendo caca rodeado de fans. Me ha firmado un autógrafo. Sin duda, el mejor lunes de mi vida.

Lo que pasó entre ellos lo sabe Cayetano

Cayetano le había dicho a Juan García Alarcón que la verdadera razón por la que Carla y Francisco habían roto bilateralmente su relación contractual se debía a una cuestión meramente profesional, si bien el primero (de los interlocutores sobre los acontecimientos, que no los contratantes y, a su vez, sujetos agentes del acontecimiento sobre el que se hablaba) sabía perfectamente que los motivos intrínsecos y extrínsecos de dicho desencuentro no fueron tanto laborales como venéreos, pues sabía él (Cayetano, se entiende, no Francisco y mucho menos Juan García Alarcón y muchísimo menos Carla, que ni siquiera cabe en el él) que él (Francisco, se entiende, no Cayetano, ni Juan García Alarcón y, desde luego tampoco Carla) estaba secretamente enamorado de la hermana de ella, que se llama Claudia (la hermana, se entiende, ya que Carla se llama Carla y no Claudia, obviamente, y por si cabe algún tipo de dudas tampoco tiene un nombre compuesto tipo Claudia Carla o Carla Claudia o Carla de las Claudias o Claudia de las Carlas, aclaro) y que trabaja en el supermercado Día sito en la calle Comercio número 3, cosa que él no podía aceptar ni desvelar a nadie ya que era alto ejecutivo de la cadena de supermercados Caprabo (que tiene los precios un poco más altos que otros supermercados, algo que aprovechamos para denunciar desde este blog), y sabía que si alguno de sus superiores se enteraba de que él estaba enamorado de alguien de la competencia, en fin, eso hubiese sido algo traumático para él, ella y también ella (entendiendo él por Francisco, ella por Claudia y ella por Carla). El caso es que cuando él le dijo a él que él y ella habían roto no le habló de ella (la hermana de ella, quiero decir) porque resulta que él (Juan García Alarcón, quién si no) y ésta última habían sido un matrimonio feliz durante un par de años hasta que él se metió en la relación de ellos dos, acostándose con ella y diciéndoselo a ella, la cual se lo dijo a su jefe enseñándole una foto de ella (su hermana, se entiende), el cual desde ese momento está enamorado de ella, motivo por el cual la va a despedir (a su hermana, digo), cosa que a él le parece muy punible y a él no le produce demasiado interés, porque que a su excuñada la echen del trabajo se la trae más bien floja. Pero no se la traería tan floja si supiera la verdad, así que guardadnos el secreto.

Matías lo siente

Matías Porras ha vivido siempre con miedo a los signos de puntuación es el suyo un mundo necesariamente comunista en el que no hay orden ni subordinación ni yuxtaposición que valga y es que en la puntuación dice Matías esta el origen de la alienación de la sociedad empezando por hechos concretos como que no puedas acabar una frase con una conjunción ni sumar porque así lo desees un punto y coma dos puntos y un paréntesis final sin haber escrito necesariamente uno inicial antes los signos de puntuación asegura Matías Porras son al pensamiento lo mismo que la policía a una manifestación pues controlan y sujetan e instauran jerarquías y Matías es de los que dicen que todas las opiniones y las proclamas son igual de válidas y que por lo tanto es igual de importante un verbo que un adverbio y que un artículo y que solos nos bastamos para entender un caos que en realidad no existe y que no hace maldita falta guiar al entendimiento con pedazos de runa esparcidos por el suelo de las palabras

No me digas que no.

A pesar de los pesares, lo mío y lo de Luis fue verdadero. Jamás induje a nadie a pensar que no fuera así, pero nadie mostró un ápice de comprensión para con lo nuestro.

No entender lo que jamás sucedió supone un acto de no aceptación de lo nuestro, a lo cual yo y mi entorno más inmediato decimos ‘no’: ‘No’ a la mentira, ‘no’ a la tergiversación, ‘no’ al ‘digo y no contradigo’. No estamos dispuestos -ni Luis ni yo- a que desde púlpitos espúreos se ponga en cuestión lo que con tanto ahinco nos costó conseguir. No.

No os diré que no contemplo la posibilidad de no acatar lo que socialmente se nos impone, pero tampoco es cierto que no hayamos tenido en cuenta lo que no callasteis en su momento. Es por ello que, no sin reparos, aceptamos vuestras mayores reticencias a lo nuestro, y es también por ello que no os conminamos a participar en el próximo campeonato de petanca del barrio de Moratalaz.

No penséis que no os hemos tenido en cuenta, pues no está en nuestro ánimo negaros nada que no os merezcáis de antemano, pero no seríamos justos si no reconociéramos que no todos vosotros habéis impuesto un ‘no’ como condición necesaria a nuestro ‘no’: No. Como dijo Aristófanes, «el que saque la sota, saca», y no seremos nosotros quienes contradigamos al sabio argentino, por lo que, desde hoy, día tres del cuatro del ojete maestro, yo os declaro a todos «marido y mujer».

Y que Viva España.

Y sus regiones.

O no.

Las prioridades de Graciela

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A Graciela Del Horno le gusta pasear por la playa en un atardecer de primavera, pero no le gusta que las olas del mar rompan antes de llegar a la orilla. Le gusta que los almendros en flor se desnuden al llegar el calor, pero no le gusta que los árboles se descascarillen por partes. Le gustan las cosas que se hacen enteras, de una vez: la piel mudada de una serpiente, un avión partiendo en dos un cielo claro con su escapar de humo, el sonido marrón de una palomita que explota en el microondas. No le gusta, no obstante, que los dedos de las manos sean una fiesta salada cuando come patatas chips, aunque le gusta el sinuoso perfil de las patatas onduladas. Le gusta el frío, no le gusta el bochorno. Le gusta el color azul en todas sus gamas, pero no le gusta el color turquesa porque no sabe si es más azul o verde. Le gustan las cosas claras. No le gustan las camisas de cuadros. Le gusta el olor del incienso y muchas otras cosas sencillas. No le gusta la gente. La gente le da asco, un asco de morirse. Por ella, como si se muere toda la gente. Puta gente.

Me llamo Raúl Tor, y no puedo más.

Tras quince años trabajando en este hospital, creo que voy a tener que abandonarlo, pues me está sucediendo algo cuya naturaleza y alcance quiero comentar con todos vosotros. La cuestión es que, como muchos sabréis, cada mes recibimos en el centro a una nueva enfermera en prácticas, joven inexperta a quien, en calidad de jefe de planta y como buen anfitrión que soy, penetro rítmicamente durante varias horas por vía rectal mientras le voy explicando cuestiones básicas sobre el funcionamiento general del hospital. Nadie me obliga a hacerlo, pero yo siempre he sido de naturaleza acogedora, dadivosa e incluso servicial, por lo que tampoco me supone ningún esfuerzo suplementario desempeñar ese ingrato cometido. La cuestión es que, de un tiempo a esta parte, mi voluntaria labor como instructor de enfermeras se me está haciendo muy cuesta arriba, pues vengo notando que mis meridianas y concisas explicaciones sobre la situación de las salidas de incendios o sobre los horarios de la sala de urgencias caen indefectiblemente en saco roto las más de las veces. Y, si hay algo que a mí me solivianta sobremanera, eso es, sin duda alguna, la falta de atención. A modo de ejemplo os diré que, sin ir más lejos, a estas dos que veis detrás de mí en la fotografía que precede a estas líneas, les tuve que recordar dos veces en un periodo no superior a seis horas dónde se encontraba la estantería en donde guardamos el Trombocid… ¿Podéis creerlo? Yo tampoco.

No vamos bien. Nada bien. La Seguridad Social se viene abajo, y yo, Raúl Tor, el Doctor Tor, no quiero ser ni voy a ser cómplice de ello. Es por ello, oye, que me dirijo a cada uno de vosotros para pediros que consideréis la posibilidad de ingresarme unos 350€ mensuales al número de cuenta 2100-0143-57-0122913233; siempre a modo de ayuda y con un sentido más así de apoyo moral que de cosas de dinero y tal. Es para ir tirando mientras me sale otra cosa. Gracias, de verdad. Y Feliz Navidad.  Lo estoy pasando muy mal. Muy.